Los masones chilenos de este florecimiento, no eran una elite gobernante, sino que una generación de recambio, en ascenso, dispuesta a organizarse para realizar con su trabajo y patrimonio, todo aquello que el Estado no abordaba, a saber, creación y sostenimiento de escuelas laicas, apoyo económico a estudiantes pobres, creación de hospitales modernos, creación de viviendas sociales, salvataje de náufragos, obtención del sufragio universal, etc.
Los francmasones de aquella época eran muy pocos y las demandas de la vida pública eran urgentes. En efecto, ya en pleno decaimiento de los talleres nacionales, hacia 1901 hay noticia de 20 logias trabajando en el país, de las cuales 12 dependían directamente de Obediencias extranjeras.
Las fuentes del libre pensamiento, el Instituto Nacional José Miguel Carrera, Los Liceos Fiscales, las escuelas Normales y la Universidad de Chile, poseían una pequeña matrícula que sólo comenzó a superarse con el impulso otorgado por los gobiernos de Santa María y Balmaceda.
En la segunda mitad del siglo XIX hubo guerra civil en 1851, 1859 y 1891; ocupación militar de la Araucanía en 1881, guerra contra España en 1865 y guerra contra Perú y Bolivia entre 1879 y 1883.
De esta manera, la vorágine política, revoluciones y esfuerzos bélicos fueron minando el trabajo iniciático y muchas Logias abatieron sus columnas. El feroz enfrentamiento armado de 1891 fue el principal escollo para el normal desarrollo de los trabajos.
Ninguna Logia porteña de habla castellana logró continuar sus trabajos ininterrumpidamente desde sus orígenes en el Siglo XIX.
Un ejemplo de esta vorágine es Arturo Prat Chacón, huérfano de padre desde los once años, que entre una misión y otra se daba tiempo para invocar el espíritu de Francisco Bilbao en compañía de masones, a saber, sus tío y tutor Jacinto Chacón y el notable rector del Liceo de Valparaíso, Eduardo de la Barra.
También se hacía tiempo para hacer clases en la Escuela Laica Benjamín Franklin de Valparaíso y propugnar el voto universal en su memoria previa a la obtención del título de abogado. Su trágica y prematura muerte a los 31 años nos privó de su luz en el templo.
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Casa Masónica Valparaíso 1872/1906 |
En 1903 se produjo un cisma en la Gran Logia y, para colmo de males, el terremoto de 1906 destruyó Valparaíso, definiendo que el Gobierno de la Gran Logia dejara nuestra ciudad de volantines y se radicara en Santiago.
Basta decir que el Gran Maestro de la época, don Buenaventura Cádiz Patiño, murió de pulmonía luego de soportar los rigores invernales en una carpa instalada en la plaza pública.
El cataclismo que casi borró la ciudad, destruyo la casa
masónica. Sobre sus ruinas se alzó el principal templo católico porteño, frente a la plaza Victoria.
La Guerra Civil de 1891
La Guerra Civil fue una gran fractura para Chile, la Francmasonería y la ciudad de Viña del Mar.
La marina, los empresarios salitreros, el partido conservador, el partido radical, una fracción del partido demócrata y numerosos liberales, se alzaron contra el gobierno, apoyando al bando del Congreso y su Junta de Gobierno. Hasta Luis Emilio Recabarren, en aquella época militante del partido demócrata, buscaba el derrocamiento de Balmaceda.
Por otro lado, el ejército, los empresarios que ejecutaban las obras públicas – como los dueños de Lever, Murphy& Co. - algunos liberales, los asignatarios de las tierras arrebatadas a los mapuches y los jerarcas del aparato estatal, apoyaron al Presidente de la República.
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Batalla de Concón |
Salvador Vergara, hijo de don José Francisco, comandaba la artillería de las fuerzas del Congreso que desembarcaron en Quintero, derrotaron al ejército en Concón y se hicieron fuertes al norte de Viña del Mar.
Salvador Allende Castro, con veinte años a la sazón, más tarde francmasón y padre del presidente, figuraba como Alférez de Artillería y ayudante del Estado Mayor del ejército congresista,
Don Salvador Vergara recibió la orden de disparar contra el ejército que estaba parapetado en la barricada conformada por la línea del ferrocarril, pero se negó a hacerlo, no podía abrir fuego contra su propio patrimonio.
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Muertos tras la batalla de Placilla. |
En la guerra, la mortandad fue muy alta, sólo en las batallas finales de Concón y Placilla perdieron la vida miles de soldados de ambos bandos. Los vencedores se ensañaron con los cadáveres de Orosimbo Barbosa Puga y José Miguel Alcérreca., generales del ejército regular. También hubo horrores contra civiles como la matanza de Lo Cañas y el fusilamiento de Ricardo Cumming en Valparaíso.
El Presidente se suicidó en la Legación Argentina luego de cumplir su mandato constitucional.
Muchas Logias suspendieron sus trabajos.
Para celebrar el derrocamiento, la ciudad nombró Avenida Libertad a la principal vía de su área norte y Jorge Montt – Presidente la Junta de Gobierno- al camino que simbólicamente conduce a la zona salitrera.
En el barrio el Recreo, en cambio, comenzaron a proliferar las calles en sentido opuesto, recordando al Presidente Balmaceda, al Almirante Latorre y Vicente Reyes, Presidente del Senado que rechazó plegarse al alzamiento.
En el campo masónico, destacados balmacedistas como Eduardo de la Barra y Juan José Latorre, privilegiaron el trabajo en los altos grados, como una manera , tal vez no premeditada, de distanciarse de sus antiguos adversarios.
Tercer florecimiento.
Poco a poco fueron restañadas las heridas de la guerra civil.
Además, una serie de factores permitieron el rápido crecimiento del movimiento masónico, lo que ocurrió en Chile y en todas las sociedades liberales de occidente.
A mi juicio, en Chile estos factores son los siguientes:
1.- El aumento de la matrícula de los Liceos Laicos y la Universidad de Chile, en un marco de creciente calidad académica.
2.- Un mejoramiento en el nivel de industrialización que llevó a la organización de los trabajadores, fundamentalmente en el salitre, faenas mineras, ferrocarriles, bancos, cervecerías, marina mercante, etc y que exigió contar con profesionales especializados en ingeniería, geología, contabilidad, administración, etc.
3.- El incremento del tamaño del Estado que asume un rol progresivamente importante en educación, salud, seguridad social, fiscalización y otra áreas, e incorpora para tal efecto a numerosos empleados.
4.- La necesidad de abordar colectivamente los desafíos de la cuestión social, a saber, el analfabetismo, la ausencia de un sistema público de salud, la ausencia de derechos laborales, la falta de un sistema previsional, el insuficiente desarrollo industrial del país.
5.- La necesidad de la nueva masa alfabetizada en orden a compartir espiritualmente, estudiar la realidad y unirse para buscar soluciones.
6.- La reorganización de los talleres para acentuar el estudio simbólico y doctrinario. En efecto, la nueva composición social de los talleres, en que predominaban profesores, abogados, médicos e ingenieros, otorgó a nuestros talleres un tono escolar, se dispuso que un Manual fuera entregado al comenzar cada grado; se establecieron programas de estudios y se determinó que cada taller debía contar con su propia biblioteca.
Este énfasis en el estudio, supo combinar los aspectos simbólicos y el análisis de los problemas sociales.
Desde entonces, nuestros talleres disminuyeron su debilidad orgánica y lograron mantenerse en el tiempo, por lo que son muchos los que ya celebran el centenario de actividades ininterrumpidas.
7.- El énfasis de los talleres en la cuestión educacional, llevó al apoyo directo de la Ley de instrucción primaria obligatoria; el fomento de escuelas nocturnas y “Universidades Populares”, establecimientos en que estudiantes universitarios y profesionales intercambiaban conocimientos y experiencias con trabajadores.
El actor masónico modelo de este nuevo período, no es ya el acaudalado empresario que crea escuelas, diarios y hospitales con su patrimonio, al modo de José Francisco Vergara o el héroe revolucionario romántico a la manera de Francisco Bilbao.
Nos encontramos ahora con un profesional formado en la Universidad de Chile o en una Escuela Normal de profesores, que contribuye desde su empleo al desarrollo de la educación, la salud y en general el bienestar de la comunidad, al modo de Gustavo Fricke Shencke y Orlando Peña Carvajal en nuestra ciudad, y, por ciento, con el inmigrante, que sigue incorporándose en gran número a nuestros talleres, espacios modélicos para compartir la riqueza de la diversidad.