Tres florecimientos masónicos.

Primer Florecimiento.
Nuestro primer  florecimiento  masónico ocurrió durante el período de independencia, en una época en que era usual que regimientos y naves de guerra  contaran con una Logia Masónica en su interior.
Mandil  de San Martín, conservado en Perú

En el marco de las guerras napoleónicas, jóvenes criollos se incorporaron en Europa a una organización secreta , la “Sociedad  de los Caballeros Racionales”, que perseguía la instauración de regímenes constitucionales de corte liberal en España y sus dominios de ultramar.

El empleo  de ritos, secreto y doctrina ilustrada acerca  dicha sociedad a las Logias Masónicas. Se trata de iniciados en nuestros mismos principios decía elegantemente el Gran Maestro  Marino Pizarro.

Su finalidad  esencialmente política y la ausencia de simbolismo constructivo, permiten diferenciarlas de los talleres masónicos propiamente tales.

La Sociedad de los Caballeros Racionales tomó el nombre de  Logia Lautarina en Buenos Aires, Mendoza y Santiago.  Tuvieron como afán consolidar la independencia mediante la ocupación del Virreinato del Perú.

Hasta la restauración conservadora de 1830, los integrantes de la Logia Lautarina participaron activamente en la política chilena, destacándose los Directores Supremos  Bernardo O´Higgins y   Ramón Freire y el primer Presidente de la República, don Manuel Blanco Encalada.

Pero no sólo hubo sociedades secretas  liberales y  revolucionarias  en los primeros años de la República, también hubo actividad masónica propiamente tal.

En  1825, durante el sitio naval de El Callao, el Almirante Manuel Blanco Encalada tuvo la oportunidad de trabar amistad con el general Manuel Antonio Valero, con quien pudo visitar las cuatro Logias masónicas que existían en Lima. En la oportunidad, y en su calidad de Soberano Gran Inspector General del Grado 33°, con plenos poderes para fundar Logias masónicas, Valero convino con Blanco Encalada la instalación de un Taller en nuestro país, idea que se materializó el 15 marzo de 1827 al instalarse  la Logia "Filantropía Chilena”

En el acta de instalación del taller,  consta la participación de Manuel Blanco Encalada, Manuel José Gandarillas, Manuel Rengifo, Tomás Ovejero,  Juan Francisco Zegers, Ventura Blanco Encalada, Ángel Arguelles,  Vicente Tur, Francisco Doursther, Victorino  Garrido,  José Manuel Gómez de Silva, Jorge Lyon, Carlos Renard, José Domingo Otaegui y Mariano Alvarez.


El Gran Maestro Luis Alberto Navarrete, consignó  la existencia de otro taller, llamado Aurora, como primera logia masónica chilena, célebre por haber recibido la visita  de Giovanni Mastai Ferretti, futuro Pontífice Romano bajo el nombre de Pío IX.

Refiere que el masón  Benicio Álamos González, Gran Maestro en los períodos 1873-1875 y   1900-1902, abogado, parlamentario y diplomático, le entregó el siguiente testimonio  en 1910:

“Don Ramón Errázuriz contaba a su nieto, el hermano Isidoro Errázuriz, y al hermano Álamos González, que la primera logia establecida en Santiago se llamó Aurora. La fundó Camilo Henríquez por el año 1822. Cuando vino Mastai Ferretti, que era masón, visitó la Logia, siendo oficiales de ésta: Venerable Maestro, Camilo Henríquez; Primer Vigilante, José Miguel Infante; Segundo Vigilante, Ramón Errázuriz; Orador, Francisco Antonio Pinto. Como se le dieran a Mastai Ferretti conferencias para demostrarle que el catolicismo era enemigo del progreso, el visitador no volvió a la Logia”.

Giovanni Mastai Ferreti

Otro testimonio lo aportó el oficial de la marina chilena Ángel Custodio Lynch Irving, en una Reunión Blanca de la Logia Justicia y Libertad Nº5, de Santiago, en 1895. Allí recordó que sus dos abuelos habían sido masones: “Por aquel tiempo – señaló –, se estilaba mucho el bautismo masónico y mi abuelo paterno don Estanislao Lynch, hizo bautizar a su hijo primogénito que fue mi padre, y por padrino del acto fue el canónigo Ferreti”, de quien se decía, que “era un entusiasta hermano muy asistente como visitador de las logias que trabajaban en Chile”.

En 1878, al morir el Pontífice Romano, la Casa Masónica de Valparaíso hizo luto en homenaje al  célebre hermano visitador.

Concuerda con lo anterior lo expuesto en 1868  por la Comisión Simbólica de la Gran Logia de Chile, encargada de informar al Gran Maestro acerca de la Fundación de la Logia Aurora Nro 6 de Valparaíso. En su informe, la entidad  creyó su deber hacer una observación acerca del nombre y expresó “(…) que el título de ‘Aurora’, si no tiene por objeto honrar y conmemorar a la primera Logia Simbólica que funcionó en el Oriente de Santiago en la época de nuestra emancipación política y social, ese nombre no tendría significación apropiada en un Oriente en que funciona la Gran Logia de Chile y otras Logias en que han recibido la Luz los fundadores de la Logia en Instancia”. Firmaban el informe Blas Cuevas, como presidente, y  Ángel Custodio Gallo, Secretario.
Fluye de lo expuesto que el   nombre de "Camilo Henríquez",  con que se designó al triángulo del que proviene Abnegación, no es un simple azar, sino que denota el vínculo de homenaje hacia  la Logia Aurora,  entidad inspiradora del taller porteño del mismo nombre al que pertenecían los fundadores de Abnegación. 
También hay rumores e indicios indirectos del funcionamiento de una taller masónico en Valparaíso en la época de "Filantropía Chilena" y "Aurora".
En todo caso, aquellos primeros talleres no tuvieron conexión directa con los que comenzaron a funcionar hacia 1850.



Segundo Florecimiento


El segundo florecimiento masónico  comenzó en 1850 con la instalación en Valparaíso  de la Logia "L´Etoile du Pacifique", que al poco andar  fue seguida por numerosos talleres de habla inglesa, alemana y castellana que cobijaron a los masones que llegaban a Valparaíso, atraídos por su actividad económica  o que simplemente huían tras la derrota de sus ideales al fracasar la ola revolucionaria que conmovió Europa en 1848. Se dice que los rituales llegaron entre  las herramientas de un sastre que emigraba en búsqueda de libertad.


En 1862 , Napoleón III  intervino el Gran Oriente de Francia , nombrando a un general no iniciado como Gran Maestro.


Este  hecho de fuerza,  en el contexto de la invasión de Francia a México- 1862- y la Guerra Civil Norteamericana - 1861-1865-  movió a los talleres de habla castellana,  que eran parte del Gran Oriente de Francia,  a separarse  de dicha Federación  y formar la Gran Logia de Chile.

En efecto, la guerra civil norteamericana desató  la ambición imperialista de las potencias europeas. Francia intervino trágicamente en México y España  agredió a  Perú y Chile. La Armada Española bombardeó Valparaíso el 31 de marzo de 1866.


En aquella época  y hasta 1906, la capital masónica de Chile era Valparaíso. El Gobierno Superior de la Orden estuvo por largo tiempo en calle Victoria, actual Pedro Montt.



El primer Gran Maestro fue don Juan de Dios Arlegui, abogado  de la familia Álvarez, parlamentario, vecino de Viña del Mar desde 1870.


Bilbao, héroe de su generación.

Este  florecimiento coincide con la creación de la Sociedad de La Igualdad y se nutre del aporte de masones extranjeros y de nuestra generación romántica liderada por Francisco Bilbao.

Grandes iniciados de aquella época fueron   Jacinto Chacón, Juan de Dios Arlegui, Eduardo de la Barra, José Victorino Lastarria,  Salvador Allende Padín,  Blas Cuevas Zamora,  José Francisco Vergara, Domingo Faustino Sarmiento,  entre muchos otros. Ellos  colmaron de ideales laicos y libertarios  la vida de América.


Esta vinculación con la vanguardia liberal y la revolución de 1851 hace comprensible  la ausencia en esos talleres de gente como Manuel Blanco Encalada, que seguía activo y en labores de gobierno, pero que se abstuvo de incorporarse a los nuevos talleres.

En 1853 se instaló el primer taller de habla castellana, "Unión Fraternal",  que tuvo  como precursor y primer Venerable Maestro  a un inmigrante de origen sefardí,  don Manuel de Lima y Solá. Aquel taller comenzó con 42 integrantes, de los cuales sólo seis eran chilenos. Este aporte de los inmigrantes se repetirá una y otra vez en aquel período.

Los masones chilenos de este florecimiento, no eran una elite gobernante, sino que una generación de recambio,  en ascenso, dispuesta a organizarse para  realizar  con su trabajo y patrimonio, todo aquello que el Estado no abordaba, a saber,  creación  y sostenimiento de escuelas laicas,  apoyo económico  a estudiantes pobres,  creación de hospitales modernos,  creación de viviendas sociales,  salvataje de náufragos,  obtención del sufragio universal, etc.

Los francmasones de aquella época   eran muy pocos y  las demandas de la vida pública eran urgentes. En efecto, ya en pleno decaimiento de los talleres nacionales, hacia 1901 hay noticia de 20 logias trabajando en el país, de las cuales 12  dependían directamente de Obediencias  extranjeras.

Las fuentes del libre pensamiento, el Instituto Nacional José Miguel Carrera, Los Liceos Fiscales, las escuelas Normales  y la Universidad de Chile, poseían una pequeña matrícula que sólo comenzó a superarse con el impulso otorgado por los gobiernos de Santa María y Balmaceda.

En la segunda mitad del siglo XIX hubo guerra civil en 1851, 1859 y 1891; ocupación militar de la Araucanía en 1881, guerra contra España en 1865 y  guerra contra Perú y Bolivia entre 1879 y 1883.
De esta manera, la vorágine política, revoluciones y esfuerzos bélicos fueron minando el trabajo iniciático  y muchas Logias abatieron sus columnas. El feroz enfrentamiento armado de 1891 fue  el principal escollo para el normal desarrollo de los trabajos.

Ninguna Logia porteña de habla castellana logró continuar sus trabajos ininterrumpidamente desde sus orígenes en el  Siglo XIX.

Un ejemplo de esta vorágine es Arturo Prat Chacón, huérfano de padre desde los once años,  que entre una misión y otra se daba tiempo para invocar el espíritu de  Francisco Bilbao en compañía de masones, a saber, sus tío y tutor  Jacinto Chacón y  el notable rector del Liceo de Valparaíso, Eduardo de la Barra.

También se hacía tiempo para  hacer clases en la Escuela Laica Benjamín Franklin de Valparaíso y propugnar el voto universal en su memoria previa a la obtención del título de abogado. Su trágica y prematura muerte a los 31 años  nos privó de su luz en el templo.
Casa Masónica Valparaíso 1872/1906
En 1903 se produjo un cisma en la Gran Logia y, para colmo de males, el terremoto de 1906 destruyó Valparaíso, definiendo que el Gobierno de la Gran Logia dejara nuestra ciudad de volantines  y se radicara en Santiago.
Basta decir que el Gran Maestro de la época, don Buenaventura Cádiz Patiño,  murió de pulmonía luego de soportar los rigores invernales en una carpa instalada en la plaza pública.

El cataclismo que casi borró la ciudad, destruyo la casa
masónica. Sobre sus ruinas se alzó el principal templo católico porteño, frente a la plaza Victoria.

La Guerra Civil de 1891

La Guerra Civil fue una gran fractura para Chile, la Francmasonería y la ciudad de Viña del Mar.
La marina, los empresarios salitreros,  el partido  conservador, el partido radical, una fracción del partido demócrata  y numerosos liberales, se alzaron contra el gobierno, apoyando al  bando del Congreso y su Junta de Gobierno. Hasta Luis Emilio Recabarren, en aquella época militante del partido demócrata, buscaba el derrocamiento de Balmaceda.

Por otro lado, el  ejército,  los empresarios que ejecutaban las obras públicas – como los dueños de Lever, Murphy& Co. -  algunos liberales, los asignatarios de las tierras arrebatadas  a los mapuches  y los jerarcas del aparato estatal,  apoyaron al Presidente de la República.


Batalla de Concón
Salvador Vergara, hijo de don José Francisco, comandaba la artillería  de las fuerzas del Congreso que desembarcaron en Quintero, derrotaron al ejército en Concón  y se hicieron fuertes al norte de Viña del Mar.

Salvador Allende Castro, con veinte años  a la sazón,  más tarde francmasón y  padre del presidente, figuraba como Alférez de Artillería y ayudante del Estado Mayor del ejército congresista,
Don Salvador Vergara  recibió la orden de disparar contra el ejército que estaba parapetado  en la  barricada conformada por la línea del ferrocarril, pero se negó a hacerlo, no podía abrir fuego contra su propio patrimonio.

Muertos tras la batalla de Placilla.

En la guerra, la mortandad fue muy alta,  sólo en  las batallas finales de Concón y Placilla perdieron la vida miles de soldados de ambos bandos. Los vencedores se ensañaron con los cadáveres de Orosimbo Barbosa Puga y José Miguel Alcérreca., generales del ejército regular. También hubo horrores contra civiles como la matanza de Lo Cañas y el fusilamiento de Ricardo  Cumming en Valparaíso.

El Presidente se suicidó en la Legación Argentina luego de cumplir su mandato constitucional.

Muchas Logias suspendieron sus trabajos.

Para celebrar el derrocamiento, la ciudad nombró Avenida Libertad a la principal vía de su área norte y Jorge Montt – Presidente la Junta de Gobierno-  al camino  que simbólicamente conduce a la zona  salitrera.

En el barrio el Recreo, en cambio, comenzaron a proliferar las calles en sentido opuesto, recordando  al Presidente Balmaceda, al  Almirante Latorre  y Vicente Reyes,  Presidente del Senado  que rechazó plegarse al alzamiento.

En el campo masónico,  destacados balmacedistas  como Eduardo de la Barra y  Juan José Latorre, privilegiaron el trabajo en los altos  grados, como una manera , tal vez  no premeditada, de distanciarse de sus antiguos adversarios.

Tercer florecimiento.

Poco a poco fueron restañadas las heridas de la guerra civil.

Además, una serie de factores permitieron el rápido crecimiento del movimiento masónico,  lo que ocurrió en Chile y en todas las sociedades liberales de occidente.

A mi juicio, en Chile estos factores son los siguientes:

1.- El aumento de la matrícula de los Liceos Laicos y la Universidad de Chile, en un marco de creciente calidad académica.

2.-  Un mejoramiento en el nivel de industrialización  que llevó a la organización de los trabajadores, fundamentalmente en el salitre, faenas mineras,  ferrocarriles, bancos, cervecerías, marina mercante, etc  y que exigió contar con profesionales especializados en ingeniería, geología, contabilidad, administración, etc.

3.- El incremento del tamaño del Estado que asume un rol  progresivamente importante en educación, salud, seguridad social, fiscalización y otra áreas,  e  incorpora para tal efecto a numerosos  empleados.

4.- La necesidad de abordar colectivamente los  desafíos de la cuestión social, a saber,  el analfabetismo, la ausencia de un sistema público de salud, la ausencia de derechos laborales, la falta  de un sistema previsional, el insuficiente desarrollo industrial del país.

5.- La necesidad  de la nueva masa alfabetizada  en orden a compartir espiritualmente, estudiar la realidad y unirse para buscar soluciones.

6.-  La reorganización de los talleres para acentuar el estudio simbólico  y doctrinario. En efecto, la nueva composición social de los talleres, en que predominaban profesores, abogados, médicos e ingenieros, otorgó  a nuestros talleres un tono escolar, se dispuso que  un Manual fuera entregado al comenzar cada grado; se establecieron  programas de estudios  y se determinó que cada taller debía contar con su propia biblioteca.

Este énfasis en el estudio, supo combinar los aspectos simbólicos y  el análisis de los problemas sociales.

Desde entonces, nuestros talleres disminuyeron su debilidad orgánica y lograron mantenerse en el tiempo, por lo que son muchos los que ya celebran el centenario de actividades ininterrumpidas. 

 7.-  El énfasis de los talleres en la cuestión educacional,  llevó al apoyo directo de la Ley de instrucción primaria  obligatoria; el  fomento de escuelas nocturnas y “Universidades Populares”, establecimientos en que estudiantes universitarios y profesionales intercambiaban conocimientos y experiencias con trabajadores.
El actor masónico modelo  de este nuevo período, no es ya el acaudalado empresario  que crea escuelas, diarios y hospitales con su patrimonio, al modo de José Francisco Vergara  o el héroe revolucionario romántico a la manera de Francisco Bilbao.
Nos encontramos ahora con  un profesional formado en la Universidad de Chile o en una Escuela Normal de profesores, que contribuye  desde su empleo al desarrollo de la educación, la salud y en general el bienestar de la comunidad, al modo de Gustavo Fricke Shencke y Orlando Peña Carvajal en nuestra ciudad, y, por ciento, con el inmigrante, que sigue incorporándose en gran número a nuestros talleres, espacios modélicos para compartir la riqueza de la diversidad.